Ejerzo la abogacía desde hace más de 18 años, que combino con mi otro trabajo, soy Guardia Civil. Dedicaciones con una cosa en común, la razón de ser de las dos: el servicio a los demás.
Tengo la cabeza para las matemáticas, así es. Se me daban y se me dan bien los números. Pero dejé de estudiar cuando aprobé una oposición, y me puse a trabajar, desde bien joven. Y ese trabajo (FCSE) fue el que me despertó, casi por necesidad, la inquietud por el derecho.
En su momento necesité un abogado y pensé: la siguiente lo solvento yo. Y así empecé a estudiar derecho, en la Complutense. Y contra todo lo que se piensa, las humanidades, las ciencias sociales y jurídicas son más difíciles que las matemáticas. Todo el mundo cree que es solo estudiar y memorizar como un papagayo. Error; tienen su razonamiento y estructura lógica más abstracta incluso que la de las matemáticas.
Y tras esa necesidad que me incitó a estudiar derecho, pues acabé la licenciatura, con mucho trabajo y esfuerzo (mío y de mi esposa, a la que siempre se lo agradeceré).
¿Qué hacer después?, pues ejercer. Siendo funcionario la Administración no concede, por sistema, la compatibilidad para trabajar. Y ese fue mi primer juicio, el que gané a la Administración para poder trabajar de abogado, y seguir siendo funcionario (que también me apasiona). Hace ya casi 20 años de aquello, y ha llovido y nevado mucho.
Pero tengo que reconocer que el trabajo de abogado es más duro de lo que yo había pensado. Sí, me gusta. Sí, da muchas satisfacciones. Pero asumo totalmente los problemas del cliente, y empatizo de tal manera que resultó afectado por todas las incidencias que se van produciendo. Es como el psicólogo que trata a los pacientes y se contagia de sus problemas. Y por eso saben que voy a tratar el asunto como si fuera mío, es que es un problema mío, ya es un problema de los dos, no solo del cliente.
Cuando se me hace una consulta, se me encarga un asunto, y lo acepto, esperan y consiguen dos cosas: sinceridad total con las expectativas de resultado (esto no son matemáticas), e implicación total. Normalmente me hacen caso en mis indicaciones sobre el asunto; y si no, bien sencillo, rescindimos. Normalmente el cliente escoge el proveedor de servicios, el cual, efectúa una oferta pública y está obligado a aceptar a todos los clientes. Sin embargo, el ejercicio de la abogacía permite al cliente rescindir el encargo; y también al abogado, tanto no aceptar el asunto, como dejarlo por diferencias o falta de confianza con el cliente. No pasa nada: es imprescindible una mutua confianza entre ambos; sino existe esa reciproca confianza no se puede llevar satisfactoriamente ningún asunto.